La paternidad tiene muchas facetas, todas partiendo de la sana responsabilidad. Es así que, hay padres biológicos, padres por decisión propia, padres-tíos, padres-abuelos y toda clase de padres. Todos humanamente responsables.
El padre piensa todo el día en la responsabilidad de hacerle más fácil y mejor la vida a su prole. Y también, buena parte de la noche.
El refranero popular, ámbito cultural donde se resguarda la sabiduría colectiva, dice: “Somos mejores hijos cuando nos convertimos en padres.” Esa frase es un llamado de atención a valuar los sacrificios hechos por los progenitores, en comparación con los propios actuales en favor de los hijos.
Dentro de la llamada “Constelación Familiar”, es decir, los grupos familiares, el padre llena una función complementaria y enriquecedora a la de la madre. Se dice que la imagen paterna forma el carácter analítico-racional del niño, mientras la madre hace el afectivo-emocional.
Es así que, cuando papá conduce su moto Suzuki, llevando a su hijo, le enseñará con hechos sobre la adecuada conducta social en el entorno, el respeto por las normas de tránsito, además del cuidado al operar el vehículo familiar.
En buena parte, la conducta del hijo se deberá a lo visto en el comportamiento de papá y mamá. Tanto lo bueno como lo no tanto. Por eso es importante transmitir hechos positivos a los hijos para su mejor formación.
Desde luego que los trabajos manuales hechos en la escuela son bonitos regalos, así como los calcetines, lociones y otros. Sin embargo, a mediano y largo plazos, las buenas acciones de los hijos, los logros y metas éticamente alcanzadas, así como el feliz desarrollo de vida de ellos, es el mejor regalo para papá.
El trabajo, entrega, constancia y amor que papá da, debería ser el fertilizante para que los hijos sean comprensivos, solidarios y amorosos durante todo el año… y toda la vida.